Entre el diez y el uno hay ocho números más que completan el recorrido. A escala nos imaginamos distintos niveles y eso sucede por el grado de atención que le damos a cada uno de ellos.
Últimamente cada vez que voy a ver cualquier espectáculo que tenga como objetivo principal la comunicación y composición corporal, pienso en estos niveles.
¿Desde dónde bailas?
¿Es tu vesícula la que me habla o lo son las mesas y sillas que te rodean?
El espacio es ese elemento tan subjetivo y muchas veces olvidado que convive de forma totalmente dependiente de aquel que trabaja con el cuerpo. El territorio donde uno se mueve es espacio vacío, espacio a disposición del contenido, de toda la materia gris que estés dispuesto a ofrecer.
Desde mis huecos internos hasta el foco de luz amarilla. Desde mis manos hasta tu ojos. Desde el escenario a tus viseras. Viajes de ida y vuelta, donde la atmósfera se transforma, dónde los arboles crecen sin raíces y las sombras danzan libremente. El único límite lo pone la conciencia, dejemos de ver los terrenos con marcos, los cuerpos deben ser libres para viajar en tiempo y espacio. Solo una mirada sutil sobre el precipicio alienta a aquellos que se la juegan en las líneas de la imaginación.
Que corra y dejemos de ver bailarines, observemos sus sombras que es en ellas dónde veremos el alcance real de aquello que llamamos belleza.
El pasado mes de noviembre se celebró la IX Muestra de Cine Coreano en Madrid, organizado por el Centro Cultural Coreano, perteneciente a la Embajada de la República de Corea, en colaboración con la Filmoteca Española, La Casa Encendida y KOFIC (Korean Film Council). La muestra lleva haciéndose cada otoño desde el 2008 y tiene por objetivo dar a conocer el cine coreano y su cultura. Para finalizar, proyectaron en el Cine Doré, Tren a Busan, el último largometraje de Yeon Sang-Ho. Con la sala hasta arriba de gente, literalmente, compartimos con vosotros una parte del discurso de clausura de la muestra y la presentación del largometraje.
Hace un ratito me topé con Anuang’a Fernando. Un bailarín contemporáneo nacido en Kenia que basa su trabajo en recuperar y trasladar bailes africanos tradicionales, haciendo especial hincapié en los movimientos y voces de la cultura Maasai. Su trabajo se ve nutrido de manera evidente por sus raíces pero desde una perspectiva y un hacer contemporáneo.
Ver bailar a Anuanga es una experiencia cargada de una belleza excepcional y toda la fuerza que la raíz contiene. Volver a los orígenes siempre es un acierto y en este caso un homenaje artístico a lo puro llenito de emoción.
Soy una mujer Afrovenezolana que vive en España desde hace más de 14 años y ver este tipo de propuestas suponen un verdadero aliento e incluso las tomo como un espacio para la reivindicación. Volver a las raíces mientras vives en Europa creo que además de un homenaje es eso, una reivindicación.
Mientras pensaba en esto se me venían también otras reflexiones en relación a cómo perciben los europeos este tipo de propuestas. Y sobre esto tengo algo que decir:
Creo que es una maravilla que un tipo traslade la cultura Maasai a los teatros pero me asusta y me enfada pensar que para que haya gente que se acerque a ello necesite de ese contexto “europeizado”.
Es decir, acercarse a una cultura distinta desde la egolatría y la condescendencia. Es decir, necesitar que pase por el filtro de lo cool y lo blanco para que te interese. Es decir, seguir en tu pedestal.
Si un día estás cómodamente en el sofá de tu casa haciendo zapping y sin querer tropiezas con un documental de Maasais y para ti son solo unos negros que pegan saltos y hacen ruidos raros creo que no te mereces maravillarte con ello desde la butaca de un teatro. Porque si no te interesa eso en toda su pureza no puede interesarte en una sala alternativa de un barrio parisino. Realmente no te interesa. Lo único que quieres es dotar tu perspectiva de lo pintoresco. Y eso está muy feo.
Es por eso que a ciertas personas racializadas nos molesta tanto la apropiación cultural. Porque parece que para que las rastas, los turbantes, los tatuajes de henna, los pañuelos modelo palestina, la cumbia, la salsa, el plato senegalés que te comes en Lavapies y un largo etc se hayan podido integrar y aceptar en la cultura europea ha hecho falta que pasaran por El Filtro Blanqueador. Un filtro que se encarga de dar el visto bueno a aquellos elemento culturales ajenos y que en muchas ocasiones supone un proceso necesario para que estos elementos lleguen a calar en sociedades blancas.
Pero, en fin. Volviendo a Anuang’a y teniendo en cuenta esta reflexión que he soltado al aire sobretodo como una preocupación, creo que es absolutamente bello, inspirador y necesario que surjan este tipo de trabajos. Y es maravilloso que sea el arte el hilo que nos conecte porque el resultado es una absoluta delicia. El arte, como siempre, si es honesto, puede unir, salvar y sanar.
Como Anuang’a nos pilla un poco lejos recomiendo una artista residente en Madrid y que se encuentra continuamente en activo. Ella es Lilian Pallares una escritora, poeta y creativa audiovisual nacida en Barranquilla (Colombia) y que, entre otros trabajos, lleva a cabo el proyecto “Afrolyrics: Una historia de amor y tambor”, una propuesta escénica que aúna música, danza y poesía y que nace también desde la ancestralidad y el rito. Os animo a acercaros a otro tipo de propuestas, nacidas desde contextos distintos a los que habitualmente podemos encontrar en España y hacerlo con la mirada limpia y con una predisposición honesta.
Aquello que no se ve tiene el poder de adentrarse sin permiso y sin aviso. El sonido tiene alma de cazador, con un alcance desconocido, está presente desde que nacemos para marcar el tempo de sangre. La pulsión tiene ritmo y resonancia, creo entender que son esos ecos los impulsores de nuestros instintos más primarios.
________________________________________________________________ Hasta los hombres viejos, tú, te permites perder el tiempo. Conmigo. Como si yo fuera una enfermedad crónica. Hipertensión-Hipotensión. Una crónica no escrita. Oral. Que es por la vía por la que se transmiten los virus. La juventud lo es: un virus. María Velasco